La cama es política


Todo es política, dicen. La cama que uno elige para apolillar todas las noches, también es una cuestión política.

 

Uno es lo que piensa, y lo que hace con lo que piensa.



Yo, hasta mi edad de grandote boludo (mas o menos 32 o 33 años), dormí en cama de una plaza. Simple, sin firuteles. Apenas un colchón aceptable y, eso sí, una buena almohada. Yo siempre dormí abrazado a mi almohada. Eso lo heredé de mi primo Eduardo que, también de grandote boludo, amanecía vomitando alcohol como el mejor, pero siempre abrazado a su almohada. Yo era un poco más chico que él y creía que las almohadas y las mujeres debían ser muy parecidas.

 

A los 32 tuve cama para dos, por primera vez. La simple razón era que éramos dos. Hice esa cama con mis manos. Tuve cierta habilidad natural para el serrucho y el martillo y para desentrañan, más o menos, que cosa debía ir sujeta a qué otra. La cama no era muy linda, pero si era muy firme y me dio una hija.

 

Después me separé. Mujer e hija se fueron y yo me quedé con la cama. Pero una cama para dos en donde duerme uno solo, es un territorio enorme, inacabable, en donde jamás uno se puede sentir seguro. Por eso, un día, agarré el serrucho y un buen cuchillo y corté todo al medio.

 

Debo reconocer que sentí como si estuviera cometiendo un delito. Tenía la sensación de que, en cualquier momento, aparecería la cana y me preguntaría “¿Usté la mató?” y yo debería contestar que sí. Que no solo la maté sino que también la descuarticé. Que había sido una noble cama, pero que su generosa amplitud era una burla, todas las noches. Y que no había tenido más remedio que ajusticiarla.

 

Después abandoné el lugar dónde vivía. La última noche en una gran salamandra, quemé las dos mitades de la cama y las dos mitades del colchón. Recuerdo que era pleno invierno pero sudé como nunca.

 

Cuando llegué a Mendoza me compré una cama simple, usada y un colchón idem. Mi almohada fue una de las pocas cosas que me traje. Con eso, fue suficiente como para tener noches tranquilas.

 

Pero después, con el tiempo, tuve que volver a hacer otra cama de dos plazas. Esta vez la hice con postes de viña. ¡Un lujo, digno de ver!. Firme, hermosa. Esa cama me trajo a mi segunda hija.

 

Volvió a pasar el tiempo y, otra vez, debí abandonar la cama para dos. Esta vez no me la llevé, ni quise cortarla al medio. ¡Me había quedado tan bonita…!

 

Para mi nuevo bulín compre una cama simple, de caños, y un buen colchón. También había logrado rescatar mi almohada del derrumbe.

 

Fue una buena cama esa. Firme, simple, acogedora. Me encariñe con ella. Su dimensión era amplia, pero no tanto como para generar la angustia de la inmensidad.

 

El primer departamento no aceptaba muebles más grandes y todo estaba ajustado a ese espacio.

 

Pero hace unos meses me mudé a un lugar más amplio y, no sé muy bien por qué, quise tener otra vez cama para dos.

 

Ya estaba probado que mis dotes de carpintero producían camas muy buenas, pero que llevaban al fracaso.

 

Entonces decidí comprar una simple cama de caño y un buen colchón, bien grandote y gordo.

 

Fue el sábado 21 de noviembre, el día antes del balotaje. Con el vendedor deducimos que, lo que ese día costaba $1.500 y se podía pagar en el plan AHORA 12, con cuotas fijas, muy probablemente se iría al carajo y el lunes no habría plan, cuotas, nada fijo y que el precio sería más o menos el 50 % más.

 

Había un solo problema. Quedaba una sola cama. Era roja y con una forma extraña. Era una cama típica de telo. Y pensé: “peor de lo que me ha ido hasta acá, no me podrá ir” y me la compré.

 

La cama es feísima pero cómoda. El colchón también. La primer noche pensé que dormiría como nunca, en diagonal como para ocupar mucho.

 

Pero no. Dormí para la mierda, Me sentí terriblemente incomodo en ese territorio inconmensurable en donde no existía nadie a quien patear ni tironearle las sábanas.

 

Por eso, les confieso que tengo insomnio desde el 22 de noviembre. No podido dormir ni una sola noche de corrido. Me cuesta dormirme y, cuando logro hacerlo, me despierto sobresaltado a los 15 minutos y gritando.

 

Una amiga me recomendó tomar pastillas. Las clonazepan me las mastico como si fueran caramelos,… y no pasa un carajo.

 

Un día, mientras caminaba a los tumbos por San Martín me crucé con un amigo que analizó varias cosas e hizo un coctel con las conclusiones.

 

Dijo que el problema es que en la cama para dos, hay solo uno. Que la cama es muy fea y eso capta energías negativas. Que tiene la cabecera hacia el norte y debería estar para el norte. Que por la ventana entra mucho ruido. Que…

 

Yo lo miré, le sonreí como para tranquilizarlo, le palmee el hombro y le dije: “No es nada de todo eso. La cama, el colchón y la reputa madre que lo parió, están perfectamente. ¿Sabés qué pasa?  ¡La cama la compré el 21 de noviembre y el 22…¡se me cagó el sueño!”-- 

 

Enrique Pfaab