Por Marcelo Padilla

Mario Franco: el intelectual de los venenos


"Cuando me muera ni se les ocurra ponerle mi nombre a un aula, a lo sumo... al baño de caballeros", remató en plena reunión desatando la carcajada de todos los presentes. Y así, en parte, respetamos su pedido. Nos falta la placa en el baño.


Todavía se siente su insurrecta ausencia. Porque ocupó un espacio tan grande que no solo en vida nos interpeló desde la provocación para pensar al revés. Hoy nos sigue provocando porque muchos al Mario lo tenemos incorporado. El tipo aguijoneaba un veneno dulce.

 

Mario Arturo Franco. Casado y divorciado una y mil veces. Mendocino. De ocupación docente universitario. Sociólogo. Cinéfilo. Tanguero. Provocador profesional. Marxista althusseriano. Nacionalista popular. Amante del billar. Hincha de Gimnasia y Esgrima de Mendoza. Maldito del desierto.

 

Algo así podría decir su ficha técnica.

 

"Hay que casarse joven para separarse joven", acicateaba.

Además, y por qué no, especie de Bukowski anti-académico. "En el fondo, el éxito, siempre tiene algo de miserable". Seductor porque no le quedaba otra; "Y… con esta cara no me quedó otra que leer y hablar hasta por los codos" - decía el bardo.

 

Desopilante, incomodaba a cualquier auditorio. Manejaba a la perfección como ninguno el arte de la oralidad, el chiste oportuno, la hipnosis teórica en una siesta de verano con 40° grados. Como no podría haber sido de otra manera, el Mario, dedicó gran parte de su exilio interno en dictadura a vender perfumes por el interior de Mendoza y San Juan. No se fue a Francia ni a México cuando lo echaron de la universidad. No hizo un doctorado ni volvió a la facultad en democracia a chapear títulos de nobleza cultural. Volvió desde abajo colándose entre la grietas de la desazón.

 

También, -por qué no-, fue el Leonardo Favio de la docencia universitaria. "Hay que hacer currículum para vivir y no vivir para hacer currículum", sentenciaba, y al rato tiraba: "peor es laburar".

 

Así como desmenuzaba la obra de Marx, Louis Althusser y Nicos Poulantzas, cantaba en clase un tango de Edmundo Rivero en lunfa y explicaba el sentido de cada palabra según el contexto de época.Sus preferidos en la historia argentina: Norberto Galasso y Abelardo Ramos. El Mario puso el cuerpo. Cabeza, tronco y espinazo. Y en los pasillos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, no paró nunca. En más de una oportunidad le preguntaba a algún colega distraído: "Escucháme, ¿vos le das besos a tu mujer en la boca?", y cuando le respondían que sí, el Mario les soltaba: "¡Pero hijo de puta, si es un pariente!".

Vida en los pasillos muertos.

 

Concibió a la universidad como un espacio para el pensamiento y no como una industria de titulaciones. Como un gran Taller de conocimientos y tecnologías que debía asentarse más en la sociedad que en la corporación académica. Y por ello se convirtió en un maestro más que en un intelectual. Formó una escuela de reflexión.

 

No hizo carrera personal como catedrático tradicional -aquel que va sopesando sus movimientos especulares para dar con el premio justo, la beca promisoria, el libro condescendiente-, por el contrario, nunca se presentó a ningún concurso para ser premiado, nunca quiso ganar nada, excepto discutir y enseñar, problematizar e ironizar, llegando a exasperar a más de uno de sus disidentes.

 

Un tipo de rioba que, -de padre músico en la banda de la policía en la cual tocaba la tuba- construyó códigos de lealtad personal e intelectual que le valieron numerosas amistades en la calle y en la universidad, donde trabajó por más de 30 años.

 

Además de docente titular de las cátedras de Sociología Sistemática y Sociología de la Comunicación (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Uncuyo) llegó a ejercer cargos de representación en la gestión de su facultad: Secretario de Graduados (1986-1988), Secretario de Asuntos Académicos (1988-1989), miembro del Consejo Directivo (1997-1999), y finalmente Director de la Carrera de Sociología entre los años 1993 y 2001.

 

Como crítico cultural, se desempeñó como colaborador entre 1972-1975 en la mítica Revista quincenal Claves, junto a inobjetables referentes intelectuales y escritores de la época: David Eisenlachs, Fabián Calle, Fernando Lorenzo y Cristóbal Arnold. Allí desplegaba su crítica teórico-política más fina y sistemática sobre el arte, el teatro y el cine. Nos legó valiosos artículos de la desaparecida revista que todavía se utilizan de bibliografía obligatoria en distintas materias de la Universidad. Destacamos: El tango, una rebelión hecha nostalgia, La revolución de Bertold Bretch y Teatro y Realidad.

 

El Mario construyó un modelo de intelectual exquisito, agudo, además de provocador y polémico. Nunca pasó desapercibido, ni en su forma de desaparecer de este mundo tirándose al vacío de un quinto piso una mañana de noviembre de 2005. Una ausencia que sigue provocando e invitando a estudiar y reflexionar. A pensar, en definitiva, que todo podría ser peor.

 

Marcelo Padilla